El ejemplo más claro de este
debate lo encontramos en la obra de Joaquín Sorolla. En 1878 ingresa en la
Escuela de Bellas Artes de San Carlos. Pese a que en estos centros se impartía
una formación oficial, gracias a su profesor don Gonzalo Salvá Simbor
(1845-1923), que había estado en París, conoce el
plein air o la pintura al aire libre
y será uno de sus primeros seguidores.
En 1885 gana un concurso y recibe
una pensión para estudiar en Roma, donde le acoge el pintor Francisco Pradilla
y Ortiz (1848-1921), que le impone el estudio estricto del dibujo. Como no le
convence este estilo busca nuevas alternativas y se traslada a París, donde
entra en contacto con L’École de Barbizon, gracias a Bastien-Lepagne
(1848-1884). Ahí conoce la luminosidad de las obras y el realismo social que
luego él representará.
Está claro que Sorolla conocía el
impresionismo, pero la manera en la que afronta la composición y el movimiento
en sus obras marca una diferencia con este grupo. Esta parte está más influida
por el estudio de Velázquez y Goya, destacando en muchos de sus cuadros la
diagonal barroca que aporta movimiento.
Sin embargo cuando expone en 1895
en París la Vuelta de la pesca y Trata de blancas, críticos de arte como
Roger Marx o Emile Cardon destacan su carácter impresionista.
Vuelta de la pesca |
Trata de blancas |
En 1897, con su obra Cosiendo la Vela, Schefer asegura que la
obra de Sorolla es “impresionismo del bueno, la naturaleza misma”.
Cuando en 1899 expone en Madrid
esta obra junto a Comiendo en la barca,
se dice que la luz es un tema principal en su obra, y Francisco Alcántara dice
que son “impresiones bellísimas”.
Algunos autores como Aureliano de
Beruete destacaron cómo Sorolla “vio pronto y con gran sagacidad lo que hay de
bueno y de verdadero en el Impresionismo, y él lo asimiló inmediatamente”.
Cosiendo la vela. |
Comiendo en la barca. |
Sin embargo él mismo rechazaba
esta corriente, como escribía en una carta a su amigo Gil Moreno de Mora desde
París en 1894: “Sigo el camino normal de la pintura genuinamente española,
cerrando los ojos y los oídos a todo impresionismo y puntismo, beatos nosotros que aquí no tenemos
esa plaga de holgazanes”.
Este deseo de conectar la pintura
de Sorolla con el Impresionismo se acentuó tras su muerte cuando la crítica
española forzó una interpretación del impresionismo como un movimiento que hundía
sus raíces en las tradiciones pictóricas nacionales, de las que los franceses se
habían inspirado. En su obra El Impresionismo español (1995), Camón
Aznar dio coherencia histórica y fundamentos a la identificación de la
pincelada suelta, el estilo de boceto y la captación de la luz y el movimiento,
elementos que él asociaba a la tradición española, con el Impresionismo
internacional.
En 1974 la Dirección General de
Bellas Artes organizó la exposición El
Impresionismo en España, que ayudó a aclarar este debate. Gaya Nuño habló
de “plenairismo” para referirse a un fenómeno amplio que tenía preocupaciones
estéticas comunes, pero que no podían ser confundidas con los hallazgos del
grupo impresionista. La colocación de Sorolla en este grupo sirvió para distanciarlo
de las preocupaciones impresionistas y hacer de la luz mediterránea el modo de
entender su pintura. De esta manera se extendió el término luminismo.
De todas maneras el término
impresionista se ha seguido utilizando para calificar a pintores naturalistas
que estaban fascinados por la luz y el color.
Actualmente diversos trabajos
cuestionan la existencia de una única vía, la del impresionismo, para explicar
la modernidad y la ubicación de Sorolla en esta. No es necesario ser
impresionista para ser moderno. El naturalismo practicado por diversos autores
de diferentes nacionalidades durante el cambio de siglo, entre los que se encuentra
Sorolla, no tiene porqué verse como una vía que sigue la estela del
impresionismo, sino como otra opción plenamente moderno.
Por lo tanto tenemos que cuestionar los cuadros que observamos, y no añadirlos a una corriente determinada solo porque tenga sus características. El Impresionismo no solo queda definido por la espontaneidad, la luz y el trazo ligero, sino también por el grupo que se consideraba impresionista y compartía unos ideales, una manera de entender la pintura y la sociedad.
Carmen Grijalba Peña.
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