GAUGUIN y su búsqueda por la innovación, la llegada del SIMBOLISMO PICTÓRICO:
Se
trata de un pintor muy influido por Cézanne, aspecto que le pasó factura siendo
considerado como plagiario de éste. Cronológicamente se situaría en el contexto
del neoimpresionismo, pero como muchas figuras del momento debemos considerarle
como “un caso excepcional”. Se inicia en la pintura con Pissarro, por lo que
conoce el impresionismo. Al principio, sus obras son del estilo de (Imagen 1), la cual renueva el concepto
de bodegón de Cézanne o Degas, inserta dos géneros: la naturaleza muerta y el
retrato, marcando la innovación que buscará en toda su obra desde sus inicios.
Imagen
1: Naturaleza muerta con perfil de Laval.
Retrata a Charles Laval, otro pintor
amigo de Gauguin. Tipología pictórica que tomaría de Degas, siendo el bodegón
tomado de Cézanne.
Sin
embargo, la figura que marcará decisivamente su carrera será Bernard, pintor
que conoce el trabajo de Toulouse-Lautrec y Van Gogh. De mano de este pintor
iniciará la búsqueda de un nuevo estilo alejado del impresionismo.
En
la huida del impresionismo, toma influencias muy diversas de varios autores
como Manet, para crear su desarrollo artístico. No gusta de la creación del
espacio a la que tendía el impresionismo, huye del paisaje y la naturaleza
pura, por lo que suprime las perspectivas y los instrumentos que se usan para
crearlas: claroscuros, sombras y superposición de figuras, entre otros. El
pintor consideraba a los neoimpresionistas como “jovencitos químicos que
acumulan puntitos”. Por lo que busca que su pintura vaya más allá y busca
impactar al espectador mediante escenas simples, huyendo los artificios. Lo que
creará composiciones abstractas de las que poco después parece que beberá Gogh
o viceversa, y su intenso colorido, pero que se caracterizan por su naturalismo
y simplicidad.
Bernard
y su fuerte catolicismo le influirán en la creación de obras que contrasten
este tema con el mundo moderno. La técnica que Bernard había desarrollado es el
“cloisonniste” que a resumidas cuentas consiste en: el gusto por la línea negra
gruesa y marcada, reforzando el color, que es intenso y se extiende plano por
amplias zonas. Marca una ruptura con el momento impresionista anterior, deshace
los muchas, finas y tenues pinceladas que articulaban las obras anteriores. El
color debe ser el instrumento principal y debe estar lo más intensificado
posible, para así captar la atención plena del espectador. Por lo que podríamos
hablar de un pintor que pretende crear una nueva doctrina más simbólica y
mágica, lo que le atribuirá un reconocimiento como “simbolista” en el desarrollo
de su pintura. En Gauguin vemos un desarrollo pleno de la disposición
asimétrica, así como la influencia de las estampas japonesas de las que también
era participe Gogh. El ídolo fetiche que Gauguin encuentra en el trabajo de
Bernard se convertirá en un personaje crucial de su obra, creando una relación
con las mujeres bretonas que representa adorando su calvario. La obra que mejor
transmite este concepto sería “El Cristo
amarillo”. (imagen 2).
Imagen
2: “El Cristo amarillo” 1889.
Allbright-Knox Art Gallery, Buffalo. ¿Se trata Cristo acaso de una escultura?
Aquí entra a notarse el juego conceptual de Gauguin, el cual parte de la
mentalidad primitiva y nos refleja un Cristo que parece sacado de los calvarios
bretones, que podría llegarse hasta entender como una alucinación de las
mujeres, hasta una aparición del mismísimo Gólgata. En el primer plano, las
mujeres bretonas se arrodillan formando una ligera curva, sin superponerse
(como hemos mencionado anteriormente) y sus siluetas y tintes quedan muy
separados de la intensidad del Cristo, lo que nos lleva a sospechar que se
trate de una Escultura y no el cuerpo carnal crucificado.
Sin
embargo, otra obra muy característica e interesante del momento sería “Visión después del sermón: Jacob luchando
con el ángel” (Imagen 3) en la cual vemos como las mujeres bretonas
presencian un combate bíblico, separando la escena sobrenatural por el
instrumento paisajístico del árbol.
Imagen
3: “Visión después del sermón: Jacob
luchando con el ángel” 1888 National Gallery, Edimburgo.
En
su madurez llegará a desarrollar un simbolismo ligado al movimiento poético del
1886, pero lo más interesante es que no solo recoge la temática religiosa,
sobrenatural y filosófica, sino que también los recursos estéticos, como el lenguaje
simbolista que busca la pureza y combinación de imágenes variadas e intensas. A
Gauguin, al igual que a Rodin, se le reconoce también un gusto por la escultura
y los relieves, lo que le llevará a crear magníficas obras como “Enamorados y seréis felices” Imagen 4
Imagen
4: “Enamorados y seréis felices” 1889
Museo de Bellas Artes,Boston. Lo más innovador de la obra es “el arte
escultórico del bajorrelieve”, formas y colores en el carácter de la materia,
así como el rico juego de bulto, el pigmento y las texturas. Temáticamente,
vemos como el artista, ejemplificado en un demonio, tienta a la mujer y ella
intenta resistirse.
El
punto más extendido y divulgado en la carrera artística de Gauguin es Tahití.
Practicamente se queda prendado de la belleza primitiva de los indígenas, de
sus caracteres apacibles y sus perfiles andróginos. A pesar de sumergirse en un
arte y cultura oceánicos, su obra sigue siendo europea, solo que cambia
drásticamente la temática. Llena a los personajes indígenas de miradas y gestos
enigmáticos, representa sus cuerpos desnudos sin ningún recelo lo que lleva a dejarse llevar por el erotismo
en su estadio final. Pero inicialmente, tenemos obras tan significativas como
Imagen 5: “Matamúa”.
Imagen
5: “Matamúa” Museo
Thyssen-Bornemisza, Madrid. Hay un intenso cuidado por el paisaje, encuentra
los colores recién salidos del tubo por doquier en estos ambientes. La
explosión del bermellón y los verdes en contraste y armonía que no le brindaba
Europa, se encuentra ahora por cada resquicio del Tahití. La pintura
representaría un valle olvidado donde todo se ha detenido, sería la edad de oro
anterior a la colonización traída por los europeos, antes de que todo se
destrozara y se rompiera la armonía en el hilo de la vida primitiva de Oceanía.
Esta
última obra sería muy reivindicativa, pero armoniosa, que partiría de los
mismos conceptos ya expuestos. Son las obras Imagen 6 y 7: “Dos tahitianas” y
“Jinetes en la playa” composiciones que innovan en su obra. La segunda vendría
a hacer una reverencia a Degas y sus carreras de caballos, pero Gauguin
introduce los personajes contra el rico fondo rosa coral, creando un majestuoso
contraste. La primera vendría a ser dos mujeres con una ofrenda sagrada, aunque
no hay ídolo al que adorar por ninguna parte ya que la divinidad se encontraría
justamente en el punto de vista del espectador. Además de la ofrenda de la
bandeja, la muchacha ofrece su propio cuerpo a la divinidad, dejando caer sus
senos en la bandeja de fruta. No obstante, lo más interesante de la obra sería
el cuidado retratista que observamos, hay todo un despliegue de firmeza en el
pincel que no se ha percibido anterior. Gauguin contaba con la técnica suficiente
para realizar tal obra, pero no lo realiza hasta que se desbordado por la
belleza indígena que considera tan menospreciada por el mundo occidental. Lo
que vendría a ser un cuadro en el que la figura femenina indígena nos recuerda
a la armoniosa belleza de las diosas griegas.
En
su segunda etapa en Tahití, tras regresar a Europa, se encuentra en una
profunda crisis emocional, que parece que pudiera cerrarse con el mismo final
de Gogh que tanto marcó al artista. Sin embargo, el país le despierta de nuevo
sus ganas de vivir, y renueva sus convenciones pictóricas. Intentando dar otro
paso más allá, así crea “De dónde
venimos, qué somos, adónde vamos” (Imagen 8).
Imagen
8: “De dónde venimos, qué somos, adónde
vamos” hoy en el Museum of Fine Arts de Boston. En la obra vemos la
respuesta a las preguntas filosóficas sobrela naturaleza y el valor del sexo,
así como la existencia humana. Aquí llega el segundo tema que domina esta
etapa: el ritual. Mezclado con la sensualidad que ya nos venía de antes. El
simbolismo es la pura celebración religiosa. Hay todo un despliegue simbolista
muy laborioso, en el que es interesante destacar como por ejemplo el extraño
pájaro que nos puede recordar a un loro es para nuestro pintor “La inutilidad
de las palabras vanas”, lo que guarda una metáfora muy lógica, aunque también
podría asemejársenos a una interrogación o un símbolo absurdo. Igual los
personajes vestidos de púrpura que susurran y meditan junto al supuesto árbol
de la ciencia nos vendrían a decir que el conocimiento trae la corrupción y por
consecuencia, el sufrimiento. La figura central a la que se dirige nuestra
vista sería el mediodía de la vida, que recoge el fruto de la plenitud de hoy.
Y a la izquierda tendríamos un ídolo que señala, correspondiendo con el Más
Allá, con una mujer que parece escucharle. También aparecería una mujer en su
último estadio de vida, acurrucada como las momias precolombinas. Por lo que el
despliegue tanto anecdótico como reflexivo, moral, filosófico, trascendental y
religioso que Gauguin presenta es extremadamente simbolista. Sería el culmen y
explosión de su obra, la cual puede llegarnos a ser difícil de interpretar,
dada su riqueza conceptual.
Lo
más interesante sería recalcar que con este cierre en obra, Gauguin no pretende
resolver el enigma de la vida, sino preservarlo. No hay un espacio común y un
tiempo lineal, sino que las figuras se despliegan en ambientes y espacios
distintos, aunque se entrelacen. Eso fue lo que nos llevó a tras un elaborado
estudio de la obra a poder teorizar sobre su significación.
Con
este apartado cerraríamos la figura excepcional de Gauguin, el cual como Van
Gogh, consideramos que debía tener un espacio en nuestro blog.
Fernando
Malta Avis, publicado el 14/01/2013, Madrid.
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